Este fin de semana he vuelto a encontrarme con mi Dorian Gray particular (bueno, uno de tantos...) Desde que nuestras relaciones se declararon oficialmente rotas, sólo me lo he cruzado en dos ocasiones. Está visto y comprobado que sigue con erre que erre, pero ahora se encuentra con algo que no esperaba: mi más absoluta indiferencia. Porque cuando ya no puedes más con una persona, es mejor poner distancia de por medio. Y, aunque la distancia no sea física, a nivel personal nos separan abismos insondables.
HA sido una persona que ha tenido la suerte de que la han respaldado toda la vida. Su madre es la típica madre que, haga lo que haga su hijo, diga lo que diga su hijo, se comporte como se comporte su hijo, estará bien por los siglos de los siglos. Los demás, simples y mortales, no podíamos compararnos con semejante prodigio de la humanidad. Por eso, me extraña que yo ya viera hace años que tal perfección no existía, sólo era producto del ilusionismo de una madre que hizo ver al mundo entero que su hijo estaba por encima del bien y del mal y, por supuesto, de todos los demás. Y, sobretodo, de mí.
Entre esta persona y yo hay diferencias culturales, ideológicas y personales. Yo nunca he compartido su forma de pensar, pero poca gente comparte la mía, aunque eso no es excusa para descalificar a nadie. Cada uno es como es, pero eso él no lo entiende. Su palabra tenía que ser órdenes para nosotros, algo así como se le tenía que servir los pensamientos, y nada más lejos de mi intención. Cuando sabes que el encanto que tiene alguien no es más que una fachada, el hechizo se rompe, y yo nunca fuí encantada por sus encantos. Y eso no se me perdonó por su entorno. Yo era disidente o, como estoy comprobando ahora, visionaria. Sabía que tanta perfección haría algo que hiciera que los demás vieran que era un ídolo con pies de barro. Sabía que caería por su propio peso. Sabía muchas cosas, aunque nunca las deseé, porque con su desenmascaramiento, ha roto muchos lazos familiares.
Entre él y yo, ya no hay nada.
Porque cuando una persona tiene la desgracia de ser siempre la cabeza de turco de alguien, cuando el Dorian Gray que tiene dentro se jacta de sus maldades, te desprestigia en público, te sangra, hace ver a los demás que todo lo que haces está mal y es malo, llega un momento que explota. Yo no podía estar siempre en boca de la gente por sus malas artes. Si tenía un problema, o dos, o veinticinco, que haga como el resto del mundo: que se enfrente a ellos, pero cuando te utiliza como cortina de humo para que todos te lapiden cuando no tienes nada que ver con lo que te acusan, no tiene perdón. Y menos el mío.
Una persona con un complejo de superioridad tan grande no podía hacerlo mal, todo lo que hiciera estaría bien, todo lo que dijera sería cierto, así se lo enseñaron desde pequeño todo su entorno, incluso el mío. Pero ahora, que se ha dado la vuelta la tortilla, sufre en propias carnes lo que yo sentí por su culpa, aunque no sea por la mía el motivo de sus males. Por su mala cabeza, por su mala idea, por su mala intención, por sus mentiras, por esa boca que le pierde, se ha visto sola. Yo fui la primera en darle la espalda, por eso no me lo perdonó, aunque su rencor venía de mucho tiempo atrás. Por eso, ví desde la grada el acontecimiento de los hechos, callé y casi disfruté (he dicho casi), cómo recogía lo que había sembrado.
Y aun así, sigue con sus batallitas.
Pero ahora la cosa ha cambiado tremendamente. Desde el día D, a la hora H, ya no soy la misma persona. Cuando yo quiero a alguien, cuando aprecio a alguien, y más si es un familiar, doy mi vida entera por esa persona. Pero hay gente que no se lo merece. Por eso, ahora, mientras habla por detrás (mal), se comporta de otra forma por delante. Pero lo que se rompió es muy difícil de arreglar, por lo menos de mi parte. Es fácil granjearse mi amistad, mi confianza, pero una vez rota es casi imposible reparar el daño. Es insólito lo tonta que puedo llegar a ser con cierta gente, pero cuando alguien tan cercano, alguien por el que hubiera dado lo que fuera en caso de que lo necesitara, se comporta de una manera tan cruel conmigo, no lo perdono. Porque el que te lo haga un extraño, un amigo, un ajeno a tí, pues es más llevadero. Pero alguien que pertenece a tu propia familia, que sea tan cruel (y no es la única persona que tiene diferencias así conmigo, ojo) y que haya sido tan despiadado... por ahí no paso. Hace tiempo me harté de ser la tonta de la familia, la cabeza de turco. Yo, que no hago nada que me puedan reprochar. Yo, que si he fallado ha sido por ser tan dócil y sumisa. Yo, que puedo ir con la cabeza bien alta. Otros no pueden decir lo mismo.
Este fin de semana lo ha intentado todo para que estuviera a su lado. Una copa, unas compras, una visita, o un café. Lo ha intentado todo, pero sin éxito. Mi indiferencia ha sido brutal. El daño no puede ser reparado y más cuando sabes que sigue con las mismas. Y, encima, se justifica diciendo que todo el mundo le ha dado la espalda. Hombre... es para dártela. Y yo fui la primera, recuérdalo. Se ancla a que con una sonrisa y una broma ya está todo olvidado. Pero los insultos que me dedicó no los puedo olvidar. EL comportamiento que me dedicó, tampoco. Hay veces que ni perdono, ni olvido, y esta es una de ellas. AHora que no me venga con su sonrisa y todo olvidado. No. Que me olvide, que me olvide para siempre. Si me necesita, no estaré. Tiene a otras personas más cercanas. Y esas personas más cercanas ya están hartas de su maquiavélica forma de actuar. Que se las apañe, pero no conmigo.
Así que mientras en la boda seguía intentando ser el centro de atención de todas las miradas -casi usurpándole el puesto a los novios-, mis preocupaciones iban por otros derroteros. Si levantaba un brazo, se me veía casi media teta, por lo que decidí no levantarlo (¿qué hace una con los brazos levantados en una boda?). Las ballenas del corpiño aguantaron. La gravedad no hizo ningún estropicio, y la cosa quedó bien. Bueno, con la falda llena de manchas (es que a un primo mío le dio por verter las copas), pero bien. Los pies molíos, mis rizos rizados, y yo estupenda de la muerte.
Y mientras él está convencido de que tiene la razón aún, a pesar de todo, yo sigo pensando que ahora la razón la tengo yo. Puede ser que no la tenga (yo), pero soy coherente con lo que pienso. A nadie le huelen mal sus propios pedos: ahora mis reacciones no sólo estarán bien, sino que lo serán y lo estarán hasta el fin de los tiempos.
Arrieros somos.